La zona pesquera de Santander está enjaulada, ruega por su liberación. La sensación al recorrer sus calles amuralladas se podría asemejar a la de un ratón buscando la salida del laberinto; tan cercana y lejana al mismo tiempo.
Aspirando a ser un espacio abierto que dialogue con el mar y lo abrace, en la realidad aparece flanqueado por altos muros y vallas, barreras que atan, impiden y prohíben.
Los pocos espacios libres existentes son espacios inútiles dominados por la presencia del automóvil.
A pesar de todo, la entidad del barrio insta a su florecimiento, teniendo un encanto especial sus edificios residenciales, parques infantiles, zonas comunes, la zona del puerto y la zona de restauración son un foco atractor, dotando al barrio de vida.
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